En los últimos años se ha producido un auténtico ‘boom’ en el número de apps y programas informáticos pensados para mejorar la calidad de vida de la personas con trastornos del espectro del autismo (TEA). Pero, ¿por qué? Pongamos un ejemplo: para muchas personas con autismo entender frases del tipo “espérame aquí, vuelvo en un rato” puede no ser sencillo. ¿Qué es un rato? ¿Cuándo comienza y termina ese espacio de tiempo tan abstracto? Si ese tiempo está determinado por un reloj visual acompañado de un pictograma que indica gráficamente la espera, tal vez sea más comprensible.
Varios factores confluyen en esta explosión de aplicaciones en el entorno del autismo. Quizá el más fácil de citar es el hecho de que muchas personas con TEA son lo que se llama “pensadores visuales” y para ellas los dispositivos actuales como tabletas o teléfonos inteligentes, que son portátiles y presentan una interfaz visual, táctil, intuitiva y simple, permiten una interacción cómoda y directa, en un entorno, además, controlado en la respuesta unívoca que se recibe por parte del dispositivo (si pulso este botón obtengo esta respuesta). Esto abre enormes posibilidades y atrae el interés, fascinación en muchos casos, de padres, profesionales, entidades y empresas por crear y usar apps que sirvan a las personas de este colectivo. ¿Sirven efectivamente las apps a todas las personas con TEA? ¿Cómo elegir la más adecuada para cada uno? ¿Cómo saber si esa app es efectivamente útil? ¿Hay evidencias científicas que confirmen esa utilidad?